La celebración del Día de Muertos en México es una de las festividades populares nacionales que más impacto ha tenido más allá de nuestras fronteras. Los mexicanos identificamos como un elemento fundamental de nuestra identidad las actividades populares, religiosas e institucionales que realizamos en esa ocasión cada año los días 1 y 2 de noviembre.
La particularidad de esta celebración es que a los seres queridos que han fallecido los convocamos ese día a estar con nosotros. No es ajeno a esta tradición nuestro turístico Cancún, escaso en celebraciones colectivas.
Mientras que en México se espera y se planean actividades familiares y corporativas anualmente, en buena parte de las capitales americanas y europeas los rituales en torno a la pérdida física de un ser querido concluyen con el funeral.
La convivencia en los panteones, los altares de muertos en espacios públicos y privados, los versos dedicados a personas vivas, pero que se les trata como si ya estuvieran muertas, y la familiaridad con la que vemos la muerte es consecuencia del sincretismo de la noción prehispánica de ese hecho con la religión católica.
Esta interpretación contrasta ampliamente con la conducta adoptada hacia la muerte en la mayor de la cultura occidental contemporánea. El culto a la juventud permanente, anhelo alimentado por una estructura de mercadotecnia sumamente elaborada, hace del fin de la vida algo en lo que no se desea pensar, de lo que es preferible evadirse e ignorarlo.
Hasta donde se sabe, todas las culturas mesoamericanas compartían la idea de que la muerte era un ciclo constante, que podía tener cambios drásticos como los mitos de los soles o eras en la cultura azteca, en donde podían desaparecer los habitantes de la tierra pero siempre reiniciaba la vida inteligente por alguna intervención de determinada deidad.
A diferencia de los vaticinios en el catolicismo de un juicio final para la humanidad, no se ha encontrado ningún documento mesoamericano que indique, sin lugar a dudas, la eventualidad del fin definitivo de la historia humana.
Los pueblos mesoamericanos fueron sometidos militarmente pero su visión del mundo la mantuvieron de manera férrea hasta tardar siglos en modificarse. En muchos casos lograron conservar tradiciones prácticamente intactas y en otros su interpretación de la realidad llegó a dominar la sociedad que habitaban, como lo es la tradición del Día de Muertos.
Si bien en la actualidad prevalecen las fiestas católicas de los días de Los Fieles Difuntos y de Todos los Santos, la visión positiva de la muerte mesoamericana se ha mantenido durante siglos.
Este optimismo y expresión de profundo amor por nuestros seres queridos es un legado sumamente valioso, sobre todo en una sociedad que históricamente se ha distinguido por una interpretación trágica de su realidad.
Mantener y contagiar esta familiaridad con la muerte, esta visión optimista de que la vida continúa, son ideas y tradiciones que deben ser difundidas y alimentadas porque adquieren especial valor en los tiempos actuales, cuando la visión trágica puede ser más dañina que la tragedia misma.
*Licenciado en Historia por la Universidad de Guanajuato, especializado en Historia política contemporánea. Actualmente dirige el sistema de información Macronews.