CubaPLUS Magazine

Se trata de un litoral bello y de gran embrujo donde han nacido mitos que enriquecen la vida de Santa Cruz del Norte, en la provincia de Mayabeque.

Si sales de La Habana rumbo a Matanzas o Varadero, por la carretera marítima nombrada Vía Blanca, aun antes de llegar a este   , identificarás el viejo Peñón del Fraile, donde hoy funciona un acogedor parador turístico. No te arrepentirás de detenerte en el camino, si lo decides.

Además del paisaje hermoso a la vera de la roca singular, podrás disfrutar de un jugo o cóctel de piña colada reputado entre los mejores de Cuba y conocerás sobre una bonita leyenda.

La historia sobre el fraile y la monja es una de las más recordadas en una zona que guarda varios mitos trasmitidos sin falta de generación en generación de aquellos agrestes parajes en los que el mar y los alisios y terrales dan la nota.

A los lugareños no les gusta olvidar sus más acendradas tradiciones. Esta de que hablamos es una de las más bonitas leyendas, pues cuenta el origen de dos cerros muy pegados a la larga ribera marítima que acompaña a los viajeros durante la mayor parte del camino hacia la gran Playa Azul.

Concretamente se levantan a la entrada de la muy encantadora playa de Jibacoa, bellísima y de confortables servicios.

El Peñón del Fraile es una estructura de apariencia muy rústica, áspera y cuadrada, como es de esperar en una materia muy trabajada por la erosión continua de los elementos naturales. En tanto la conocida como la Monja, siendo también obra fiel de Natura  a veces se nos antoja una escultura más delicada aunque también muy silvestre.

No están juntas, en lontananza desde el punto de la Monja se observa la piedra que es El Fraile, impertérrita y hasta con cierto aire arrogante, no esperado en un ser como él. Sin embargo, parece velar por la delicada Monja.

Esas supuestas figuras humanas convertidas en dura geología representan la historia de amor de un hombre y una mujer de antaño que vieron frustrados sus sueños de amor por los prejuicios e incomprensiones d su tiempo.

Al comprender que su vida en común era imposible optaron por tomar los hábitos religiosos. El decidió hacerse sacerdote y ella monja. Sin embargo, ambos acudían a ese paraje para contemplarse desde lejos, sin jamás juntarse, a aquel solitario paraje, en muda y desesperado acto de amor imposible y al mismo tiempo casto.

Hasta que un día quedaron petrificados en la posición en que se contemplaban en la distancia.

La conseja ha añadido que en las noches de luna, cuando ya es muy tarde,  cobran vida y puede verse a un fraile lentamente abandonar su sitio y e ir a presentar sus respeto a la hermosa monja , también transformada por una magia excepcional.

El hombre maravilloso roza con sus labios el dorso de la mano de la religiosa y ambos trócanse de nuevo en desnuda piedra, bajo los embates de la noche clarísima.