Está en un sitio que antes era alejado del mundanal ruido y luego ganó la ciudad en su paso urbanizador indetenible.
Hablamos de la Casa Museo Hurón Azul, la cual desde la habanera barriada de Párraga, existe como ese carácter a partir de 1987 en la que fuera la vivienda y taller de trabajo del pintor y novelista cubano Carlos Enríquez, para muchos el mejor exponente de la vanguardia del siglo XX.
El connotado artista hizo construir su sui géneris domicilio en una finca de la capital, heredada por vía paterna. Lo habitó desde 1939 y desde entonces se ancló en el lugar, a donde solía invitar a una nutrida representación de sus amigos, casi todos intelectuales y artistas irreverentes, anti académicos y bohemios como su persona. Aunque él era una suerte de Adelantado muy notable y en auge.
Cuentan que fue lugar de las más animadas tertulias, en las cuales se platicaba de arte y de todo, de manera libre y desprejuiciada, al tiempo que el anfitrión agasajaba con platos criollos y ron del patio.
Su apelativo completo era Carlos Antonio Esteban Enríquez Gómez, y tenía una personalidad fuerte que se hacía notar muy pronto. De acuerdo con testimonios de familiares y amigos, diseñó su original vivienda tomando como modelo una estación de trenes en Pensilvania, que lo había impresionado durante su estancia en Estados Unidos, donde estudio comercio para complacer a su padre.
Hoy esa casa, declarada también Monumento Nacional, atesora el valor espiritual añadido de ser el lugar donde el famoso pintor vivió los últimos 18 años de su vida, de 1939 hasta su fallecimiento en 1957.
Sus amigos eran muchos en tiempos de bonanza para él, quienes además de las sabrosas reuniones disfrutaban de su biblioteca, bien dotada con obras de la literatura actual de su tiempo, en especial sobre el tema del surrealismo y su repercusión.
Cuatro salas atesoran objetos personales y obras del artista, por ejemplo El mural de las bañistas, impactante por su voluptuosidad directa y sin recato.
Es un hecho que Carlos Enríquez pintó muchas de sus obras en el Hurón Azul. Entre estas lograron premios nacionales e internacionales Dos Ríos de 1939, Combate y La Arlequina, de 1941. Aunque no podemos negar que para los connacionales decir Carlos Enríquez es visualizar con deleite el famoso Rapto de las mulatas, concebido allí en 1938.