El cerro que fuera morada de toltecas, teotihuacanos y mexicas devino, por obra y gracia de la magnificencia conquistadora, en el escenario donde se asienta una de las edificaciones más regias y exuberantes de la Ciudad de México: el Castillo de Chapultepec.
Fue en el virreinato de Bernardo de Gálvez, en 1785, cuando comenzó a construirse en el punto más alto del Cerro de Chapulín una obra caracterizada por combinar la arquitectura ecléctica de algunas áreas con el neoclasicismo de otras, como resultado de las influencias española y francesa.
En 1939 el expresidente Lázaro Cárdenas convirtió el majestuoso edificio en el Museo Nacional de Historia, función que cumple hasta el presente, pero antes de eso tuvo disímiles usos, entre ellos los de colegio militar, palacio imperial, y residencia de mandatarios como Francisco Madero, Venustiano Carranza y Aálvaro Obregón.
Como institución cultural, el Castillo resguarda en la actualidad 65 000 piezas de gran valor patrimonial y artístico, además de conservar 12 habitaciones con el inmobiliario de la época, en las cuales vivieron personalidades como el emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota.
Desandar los espacios de Chapultepec es un espectáculo para los sentidos del visitante, que quizás pueda sentirse asombrado por la ostentación de las habitaciones y el abigarramiento de los decorados.
Sin embargo, reconocerá el aliento de una época y la riqueza artística de cada obra que guarda el recinto, uno de los símbolos de México.